Lejos de ser frías y racionales, las elecciones económicas están atravesadas por emociones, impulsos y patrones aprendidos desde la infancia. Expertos en neurociencia y finanzas explican cómo la dopamina, el estrés y las creencias familiares condicionan la manera en que gastamos, ahorramos e invertimos.
El hallazgo de un billete olvidado en un bolsillo dispara una descarga de dopamina, el neurotransmisor del placer, que también se activa al recibir un salario, comprar en línea o hacer una inversión riesgosa. Esa sensación de recompensa inmediata empuja a repetir la conducta, incluso cuando atenta contra el ahorro o la planificación financiera.
Investigaciones en neurofinanzas muestran que las pérdidas impactan más que las ganancias equivalentes. Perder 100 dólares genera una reacción cerebral más intensa que ganar la misma suma, lo que explica la aversión al riesgo y la tendencia a decisiones defensivas, incluso si no son las más convenientes.
El sistema límbico, encargado de procesar las emociones, influye fuertemente en situaciones de crisis. Durante la pandemia, por ejemplo, millones de personas realizaron compras compulsivas como mecanismo de control frente al miedo y la incertidumbre. Según especialistas, estas reacciones impulsivas reducen la capacidad de tomar decisiones lógicas de largo plazo.
Otro factor clave son los “guiones financieros”, patrones de conducta transmitidos de generación en generación. Evitar el dinero, idolatrarlo, usarlo como símbolo de estatus o vigilarlo en exceso son esquemas heredados que marcan la relación con la economía personal. Identificarlos y reescribirlos ayuda a recuperar el control y tomar decisiones más equilibradas frente al dinero











