El mundo de la cultura despide con pesar a Máximo Parpagnoli, quien durante décadas fue el ojo sensible y preciso detrás de las imágenes más emblemáticas del Teatro Colón. Su muerte marca el final de una etapa en la que la historia visual del coliseo porteño quedó registrada a través de su lente, con una mirada que supo capturar tanto la majestuosidad de las producciones como la intimidad del trabajo cotidiano detrás de escena.

Parpagnoli ingresó al Colón en los años 70 y con el tiempo se convirtió en parte inseparable de la institución. Sus fotografías no solo documentaron funciones y ensayos, sino que también se transformaron en un archivo imprescindible para comprender la evolución estética y artística de uno de los teatros líricos más importantes del mundo. Desde los grandes nombres de la ópera internacional hasta los cuerpos estables del ballet y la orquesta, todos pasaron por el registro de su cámara.

Más allá del valor documental, su obra se distinguió por una sensibilidad única. Supo captar la tensión de un ensayo, la emoción contenida de un estreno, la majestuosidad de la escenografía y el gesto mínimo de un intérprete. Cada imagen era testimonio y, al mismo tiempo, obra artística. Por eso, muchos lo consideran no solo un cronista gráfico, sino también un artista en sí mismo.

El Teatro Colón, a través de un comunicado, expresó su profundo dolor y destacó la figura de Parpagnoli como un “guardián de la memoria visual” del coliseo. Artistas, fotógrafos y colegas lo recordaron en redes sociales con mensajes de gratitud, reconociendo su talento y su calidez humana.

La partida de Máximo Parpagnoli deja un legado inmenso: miles de imágenes que hoy forman parte de la memoria cultural argentina y que aseguran que la magia del Colón perdure en el tiempo. Su cámara se apagó, pero las huellas que dejó seguirán iluminando la historia del arte en nuestro país.