Mucha gente, incluso personas exitosas y talentosas, sienten en secreto que no merecen sus logros. Creen que fue “suerte”, que “engañaron” a todos o que en cualquier momento alguien va a descubrir que son un fraude. Esto se conoce como síndrome del impostor.

Este fenómeno es muy común, especialmente entre personas autoexigentes, profesionales jóvenes o quienes están en ambientes competitivos. No importa cuánto se esfuercen o logren: la inseguridad sigue ahí.

A nivel psicológico, se relaciona con una baja autoestima y con creencias internas muy rígidas sobre el éxito, el valor personal y el miedo al error. Es como si nada nunca alcanzara.

Lo más peligroso es que este síndrome puede frenar el crecimiento personal: la persona evita desafíos, no celebra sus logros y vive con ansiedad constante. Incluso puede llevar al agotamiento emocional.

La buena noticia es que se puede trabajar. Hablar del tema, pedir feedback honesto, reconocer los propios méritos y aprender a tolerar la imperfección son pasos clave para salir de esa trampa mental.

Sentirse un impostor no significa que lo seas. De hecho, muchas veces es señal de que realmente te importa hacerlo bien. Lo importante es aprender a reconocer tu valor sin exigirte ser perfecto.