El cambio climático es uno de los desafíos más urgentes de nuestra era. Se trata de un proceso de alteración global del clima terrestre provocado, en gran medida, por la actividad humana. La emisión masiva de gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono y el metano, está calentando la atmósfera, afectando patrones climáticos en todo el planeta.

Las consecuencias ya se sienten: olas de calor más intensas, huracanes más destructivos, sequías prolongadas y un aumento del nivel del mar que amenaza con desaparecer regiones costeras enteras. Además, el deshielo de los polos y glaciares está alterando ecosistemas frágiles y contribuyendo aún más al calentamiento global.

Pero el cambio climático no solo afecta al medio ambiente. También tiene un profundo impacto social y económico. Las comunidades más vulnerables, especialmente en países en desarrollo, son las que menos han contribuido al problema y, sin embargo, las que más sufren sus efectos. La inseguridad alimentaria, las migraciones forzadas y los conflictos por recursos son algunas de las consecuencias indirectas más preocupantes.

A pesar de este panorama, aún estamos a tiempo de actuar. La clave está en reducir las emisiones de gases contaminantes, acelerar la transición hacia energías limpias y adoptar hábitos de consumo más sostenibles. Gobiernos, empresas y ciudadanos tienen un rol importante en esta transformación necesaria.

El Acuerdo de París, firmado en 2015, fue un paso fundamental al comprometer a casi todos los países del mundo a limitar el aumento de la temperatura global por debajo de los 2 °C. Sin embargo, los esfuerzos actuales siguen siendo insuficientes, y se necesita una acción mucho más decidida y coordinada para evitar un escenario climático catastrófico.

El cambio climático no es un problema del futuro: es una realidad que ya vivimos. Cuanto antes lo enfrentemos con responsabilidad y compromiso, mayores serán nuestras posibilidades de construir un mundo más justo, habitable y resiliente para las próximas generaciones.